sábado, 13 de enero de 2024

A MORROPÓN POR PRIMERA VEZ

 RUMBO A MORROPÓN POR PRIMERA VEZ

El lunes 06 de junio de 1994 a las 8:00 am, después de comprar los boletos de viaje, nos embarcamos en el ómnibus que nos llevaría a Morropón. Ese día conocería a uno de los choferes de la empresa TRAMPSA. Recuerdo que era alto y fornido, pero de muy mal carácter. En los siguientes viajes observaría lo mal que trataba a algunos pasajeros, que tal vez no eran de su agrado. Tiempo después tuve con él un cruce de palabras, porque me acerqué a decirle que mi asiento estaba ya ocupado por otro pasajero. Reaccionó mal y como no soy de los que ponen la otra mejía fácilmente, mi apacible temperamento se transformó en un recipiente con agua hirviente tal como sucedió en otras oportunidades con personas que también me quisieron apabullar con palabras petulantes e insolentes. Recuerdo a varios. Reaccionar ante un ataque físico o verbal es algo que no puedo controlar, más aún si soy yo quien tiene la razón.

El ómnibus se puso en movimiento un poco más de las 8:00 am. 


El día sábado habíamos coordinado para salir a las 6.00 de la mañana, pero varias razones nos hicieron cambiar de planes y una de ellas era cuidar el exiguo presupuesto que llevábamos consigo en nuestros bolsillos. Desayunar antes de salir de nuestras casas nos ahorraría un gasto innecesario al llegar a Morropón. Ya habría oportunidad más adelante de conocer el interior de la casa de paredes altas hechas de tabique y recubiertas de barro; cuyo techo de desteñidas tejas rojas la protegían del inclemente sol y de las torrenciales lluvias. Esa casa de ancho alero sostenido por dos grandes horcones, como la mayoría de casas de Morropón en esa época, era el restaurante de “La Sánchez”, donde atendían “La coco”, Cruz María y raras veces la también señorita Marly. El restaurante casi siempre estaba lleno de comensales de Morropón y de otros lugares, especialmente de los que llegaban de la Sierra en grandes camiones embadurnados con barro salpicado de la carretera a consecuencia de las lluvias. Meses después entraría a saborear el rico mondonguito, el bistec, el cabrito,  la sopa de pata, entre otros platos que ahí preparan.


Con mi amiga y compañera de especialidad al inicio del viaje empezamos a conversar de todo un poco; pero pronto ella caería rendida a los encantos de Morfeo; el dios del sueño. Sentado junto a la ventana, observaba a través de los cristales los áridos paisajes que por el movimiento del vehículo,  a la vista se me iban presentando raudamente. En gran parte  del viaje sin querer me sumergí en muchos recuerdos del pasado y una película de momentos vividos empezaron a recorrer mi mente. 


Recordé que al terminar la secundaria en el año 1986 quería estudiar medicina como primera opción o de lo contrario ser ingeniero agrónomo. Nunca había pensado en estudiar docencia y sin embargo, ahora estaba yendo a trabajar como docente. Las circunstancias de la vida me hicieron cambiar de planes y creo que de vocación también. El año 1987 no pude empezar a estudiar superior porque mi padre estaba muy enfermo. El señor Guillermo, esposo de una prima hermana; tenía en el mercado un puesto de zapatos y zapatillas; y me ofreció esos productos para ponerme a vender en un puesto aparte. Había sido su ayudante en ventas desde muy pequeño. Y vaya que tenía suerte para hacerlo como tal. Cuando me puse a vender aparte, los sobreprecios eran mi ganancia. Los primeros meses me fue muy bien pero después las ventas bajaron tanto que seguir en ese negocio era ya insostenible. Si las cosas hubieran seguido igual de bien como al inicio no habría empezado mis estudios superiores, pero también, tal vez me hubiera convertido en un próspero comerciante como el primo Walter. Siempre escuché decir que no hay mal que por bien no venga. Y era cierto. Lo comprobé en la experiencia que me tocó vivir en esos críticos tiempos. Pero la situación empeoró cuando un 31 de agosto del año 1987 falleció mi padre y además se viene la crisis de los “paquetazos'' en el primer gobierno aprista. Pues, el dinero que tenías en tus manos esta semana no te serviría casi de nada en la semana próxima. Ahora estudiar en Piura sería complicado. De todos modos y después de asistir en los meses de enero y febrero del año 1988 a la academia de la cooperativa de ahorro y crédito San Pedro Chanel de Sullana; con el apoyo económico de mis hermanas mayores me las arreglé para postular e ingresar a la Universidad Nacional de Piura y al Instituto Superior Pedagógico Hno. Victorino Elorz Goicoechea. Pensaba reservar matrícula en la universidad hasta cuando termine de estudiar docencia y así lo hice los dos primeros ciclos. Pero eso, después ya no fue posible por diferentes motivos y además porque ya había descubierto en mí la vocación por  la docencia. 


Conocí el Instituto por primera vez cuando me inscribí para postular. Había disponibles en ese año la especialidad de Inicial, Primaria, Matemáticas y Física-Química; especialidad que por primer año se aperturaba. Estaba indeciso entre las dos últimas, pero me incliné por la especialidad de las ciencias naturales  porque al cursar el quinto año de secundaria; en la asignatura de  Física había obtenido un excelente promedio. Mi maestro de esa área fue José Pingo La Rosa. Era natural del Bajo Piura, de estatura baja y de contextura un poco gruesa. Nunca dejaba de usar sus lentes negros. Y pensar que fue él quien me propuso llevarme al Seminario.  En ese aspecto el maestro estaba totalmente equivocado. No me imagino en un lugar del mundo celebrando la eucaristía con la blanca o negra sotana, levantando la hostia y el cáliz con vino que representan el cuerpo y la sangre de Cristo.


En el Victorino tuvimos la suerte de tener grandes maestros como José Domingo Castañeda Pilo Pais; que era alto, blanco, rubio y de grandes ojos verdes. Usaba siempre unos lentes gruesos y transparentes. Tenía toda la apariencia  de un distinguido y rico ciudadano extranjero. Hablaba poco, pero hacía unas excelentes clases de matemáticas, con integrales y derivadas incluidas. Luis Correa Girón, era en contraste; de tez morena,  bajo y un poco delgado. Nos regañaba constantemente cuando  algunos obtenían bajos calificativos en los exámenes o no cumplíamos con las tareas que asignaba. Para ello, usaba la singular frase “ya pues hijito, ponte las pilas o retírate y no me hagas quedar mal”. No conozco a nadie que se haya traumado por aquello. José Chiroque Ramos era moreno, un poco gordo y con un gran diente de oro que orgulloso exhibía. Simón Garragate, el químico farmacéutico alto y acholado, que siempre llevaba puestos unos grandes lentes negros. Andrés Vera Viera, alto, blanco, cholo y nariz aguileña que se tornaba casi siempre de un rojo color hasta con las caricias del viento. Nunca lo vimos con otra cosa que no sea su lapicero y una hoja de papel doblada en donde estaba el resumen de su clase la cual guardaba cuidadosamente en el bolsillo de su camisa que por lo general era de color blanco o celeste y siempre lucia muy bien planchada. Nos encantaba su metodología y forma de enseñar. A excepción del primer maestro los otros cuatro últimos eran de la especialidad que yo había elegido. También pasaron por nuestras aulas las maestras Rina, Marcida, Liliana, entre otros muchos más. La maestra Liliana era del área de  comunicación y tenía una voz parsimoniosa y suplicante a la vez. Hasta ahora recuerdo cuando en el I Ciclo nos dijo “tienen que recitar un poema y exponer un tema libre. La próxima semana; los últimos de la lista empiezan con el poema y los primeros con la exposición del tema”. Siendo yo el último de la lista, llegando a casa me empecé a preparar para recitar el poema Los Heraldos Negros de César Vallejo. Llegado el día me paré frente a todos y empecé: 


“Hay golpes en la vida, tan fuertes…¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido 
se empozara en el alma…¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas………..”

Al llegar a este verso, la mente se me puso en blanco y ya no pude continuar. Empezó a subir la sangre a mi blanco rostro tornándose rojo como un tomate, a la vez que una sensación ardiente en mis dos orejas sentía. El cambiar de color al experimentar cualquier tipo de emoción  es el mal que sufren todos los blancos. Con esa voz que la caracterizaba y sin inmutarse demasiado; la Miss Liliana como la llamábamos, me dijo “no se preocupe y prepárese bien para la exposición, que ahora tendrá  el tiempo suficiente para hacerlo”.


Encontré en una revista vieja de un periódico “La espada de Damocles” que hacía referencia al peligro de las armas nucleares en plena guerra fría  y el colosal presupuesto que se gastan los países desarrollados y no tan desarrollados  para fabricarlas. Si se dejaran de fabricar se mejoraría la educación y se eliminaría el hambre y la pobreza en todo el mundo. Interesante tema. Llegado el día lo expuse de la mejor manera, que recibí las felicitaciones de la maestra y de algunos de mis compañeros y amigos. Definitivamente creo que no nací para recitar poemas, mucho menos los poemas de Vallejo.


..............................
El reiterado claxon del ómnibus que nos transportaba traspasó los tímpanos de mis oídos y también interrumpió bruscamente mis  profundas cavilaciones. Al pasar por los caseríos de Laynas y Carrasquillo desde ahí alcanzamos a observar los cerros de  Morropón elevándose imponentes como gigantes y temibles centinelas custodiando un portal. Después de observar al lado derecho de la carretera el pedregoso y desértico cerro de Carrasquillo llegamos al pequeño y estrecho puente de concreto construido encima de un angosto pero profundo canal sin revestimiento alguno. Estar en ese lugar implicaba haber dejado atrás el Km 65 donde lugareños suben a los ómnibus a vender las tortas de canela y los frescos quesillos blanco-amarillentos. Atrás había quedado también el Km 50; lugar donde se vende las ricas tortas de canela y  la sabrosa carne seca acompañada de los ricos chifles. Tan absorto había venido en mis pensamientos que no me había percatado de ello. De todos modos al regreso pude observar al lado izquierdo de la pista los restaurantes donde se exhibían en varas o cordeles  las extensas y finas sábanas de carne seca.
 
En aquella oportunidad en unos veinte o veinticinco minutos llegamos a Morropón después de pasar el río a través del puente de un solo  sentido y haber observado en el pueblo de la Huaquilla el verdor de las plantaciones de plátano a ambos lados de la carretera. 


Al llegar el ómnibus se estacionó lentamente en el frontis de una vieja casona de adobe ubicada en la esquina de la calle Cajamarca  y el Jr. Córdova. Era un poco más de las 10:00 de la mañana. Al descender pudimos sentir el abrasador sol de Morropón y  observar la Plaza Grau y sus alrededores. En esa época, la mayoría de las casas eran de tabique o de adobe, con techos de vigas de madera y cañas bravas atadas con bejucos; en las cuales reposaban las pesadas y rojas tejas y un gran alero sostenido por  horcones rígidos e inflexibles.


Empezamos a caminar en dirección Este en busca del Alma Mater siguiendo las indicaciones que nos dieron amablemente una chica blanca y cuatro altas, morenas y bien parecidas que encontramos por el parque. Me impactaron sus bonitos rostros y sus bien torneados cuerpos que por unos minutos contemplé sutilmente. Dos de ellas con orgullo, al unísono dijeron:


–Nosotras terminamos hace dos años en el Grau.


Las otras tres se quedaron calladas y solo  sonrieron delicadamente mirándonos primero a nosotros y luego mirándose recíprocamente entre ellas. Por segunda vez habíamos encontrado corazones miguelinos. La primera fue cuando fuimos a pedir información al TRAMPSA. Al observar a la joven de tez blanca recordé a la chica de la primaria, de bello rostro con cerquillo y adornado por un sutil lunar rojo en su mejilla izquierda. A la chica de lento y hermoso caminar que todos los días encontraba en el camino al colegio secundario. Era blanca con cabellos ondulados y lucía siempre una sonrisa a flor  de labios que dejaban ver unos perfectos y relucientes dientes blancos. También recordé a la hermosa chica que conocí al caer en su raqueta el pan que yo comía al tropezar con ella en la puerta de su casa cuando salía corriendo y jugando justo en el momento que yo pasaba.


Al llegar a la Plaza de Armas observamos un colegio y pensamos que habíamos llegado al Alma Mater, sin embargo aún nos faltaba caminar unos cuatrocientos o quinientos metros. Tal vez más, tal vez menos. Caminando al Este por la calle Lima, al llegar a la quinta cuadra  volteamos a la izquierda por la Av. “La Primavera” para empezar a subir una pequeña loma hasta encontrar el pequeño y viejo portón de latón y fierro en cuya parte superior tenía una malla metálica para poder observar desde afuera hacia adentro o viceversa. Estaba abierto y no había nadie que nos impidiera el pase. Entramos y al hacerlo observamos al lado izquierdo una planta de ponciana vieja y seca y al otro lado un añejo algarrobo que brindaba abundante sombra y cuyo tronco daba la impresión que se retorcía tal vez por el pasar del tiempo. Casi al frente a unos veinte o treinta metros había unos ambientes pequeños  en forma de “L” . Ahí funcionaba secretaría, dirección y al costado una pequeña salita de profesores. En la parte de atrás estaba el ambiente de la biblioteca y un poco más al fondo la infraestructura de una solitaria aula. Al lado izquierdo se divisaban dos viejos pabellones y en la parte derecha dos más en las mismas condiciones. Entre estos pabellones y la biblioteca quedaba un amplio y polvoriento patio en el cual se había construido casi al fondo un estrado de concreto de color rojo óxido provisto de gradas y una gruta. Más al fondo al lado derecho había una plataforma deportiva que a mi parecer la habían construido demasiado alta. Me imagino que jugando, muchos debieron caer en ese “abismo” sin haberla pasado muy bien. También a la izquierda, a unos cincuenta metros de los pabellones había un pozo de agua– que fue perforado por la empresa sueca Rada Barner en 1990–dotado de una palanca de fierro para bombear manualmente el agua y; muy cerca un taller construido en el año 1983  cuando el Sr. Luis Eugenio Nole Vinces mas conocido como “Lucho” Nole fue presidente de la APAFA. El resto del terreno total de 34 748 m2 delimitado por un precario y viejo cerco de ladrillo no era más que una extensa pampa cubierta por un finísimo yucún. Desde el interior del glorioso recinto miguelino contemplé la “Loma de los Pobres”, el cerro “De la Cruz”, el cerro “Maray”  y muy cerca el Cerro “Sondorillo”, el apus  que cual guerrero vigilante lo cuida y protege noche y día.


Al ingresar a secretaría nos atendió la señora Luz María Chiroque López; secretaría del colegio por muchos años hasta que se jubiló en el año 2019. Después de leer el documento que traíamos de la Dirección Regional de Educación de Piura (DREP) nos hizo pasar a la dirección a conversar con el maestro Segundo Ricardo Torres Bobbio, encargado de la dirección en esos días. Como estaban celebrando el 32 aniversario institucional; después de presentarnos y conversar amablemente unos cuantos minutos , nos ofreció un cartón de bingo a cada uno.


-No se lo pierdan–Nos dijo– Los bingos de aniversario y de la promoción que organiza el Grau son como una  gran fiesta en todo Morropón.


Interrumpió la breve conversación la secretaria al ingresar a entregarle unos documentos  para que firme. Cuando nos entregó la posesión de cargo junto a los horarios de clase observamos que los maestros reasignados a Piura habían estado dictando matemática y no física o química que era nuestra especialidad. Con mi amiga nos miramos un poco sorprendidos sin embargo no hicimos comentario alguno.


Nos despedimos y quedamos en que el día miércoles  08 de junio estaríamos de regreso para estar presente en la ceremonia central de aniversario.


Al salir observamos a muchos estudiantes que alegremente corrían, jugaban, gritaban, y avivaban. Estaban celebrando y gozando su trigésimo segundo  aniversario institucional.

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