sábado, 13 de enero de 2024

EL MEMORANDUM

 El memorándum.
    

Eran aproximadamente las 9:00  de la mañana del sábado 04 de junio de 1994 y ya estaba en la ciudad del eterno calor–alguien la llamó así, cuando de enero a diciembre los piuranos sentían un permanente y tórrido verano– procedente de la Perla del Chira. Había un sol radiante en la ciudad y yo estaba acompañado de algunos compañeros de estudios superiores que también estaban ávidos por alcanzar la meta trazada. Después de pasar cinco años por las aulas del gran Hno. Victorino Elorz Goicoechea de Sullana, en donde el maestro Orlando Clendenes Zapata fue director por muchos años; ya era hora de entrar a otra etapa de nuestras vidas. 


Había terminado mis estudios superiores en la especialidad de Física y Química en el año 1992 y después de un año de haber involuntariamente “descansado”; estaba a punto de adjudicarme una plaza en la I.E Almirante Miguel Grau de la mística ciudad de Morropón, tierra del tondero y la cumanana. Soy honesto en reconocer  que en aquellos tiempos  ignoraba por completo su atractiva y singular cultura. 


Tuve suerte de lograr una ansiada plaza. Bueno, siempre la suerte estuvo de mi lado derecho y no del izquierdo. En marzo del año 1988 en el primer intento logré el ingreso al Victorino y en el mismo mes y en el mismo año a la Universidad Nacional de Piura en la especialidad de Agronomía. Ahora tenía veinticuatro años de edad. Meses más, meses menos. Me había trazado esa meta, aunque obtener el nombramiento para mí era algo relativamente importante. Tal vez por la juventud, la inexperiencia o porque en aquellos años había  muchas más plazas para seleccionar y elegir. Recuerdo que muchos de mis compañeros y compañeras de especialidad se sobraron con las plazas. El hecho es que por poco, casi me quedo sin ella. El maestro Jorge Quevedo Monje, director del Alma Mater, de aquel entonces, recordará el incidente. El intolerante y déspota presidente de la comisión de adjudicación y nombramiento que a casi todo el mundo gritaba; si aún vive,  no creo que lo recuerde. 


Quería trabajar e iba a empezar a hacerlo. Entre murmullos originados por los presentes en el amplio patio donde nos encontrábamos,  escuché mi nombre y el nombre del colegio en donde se ubicaba la plaza. Mejor dicho las plazas. Los maestros Jorge Moscol Inga y José Castro Gozales se habían reasignado a la ciudad de Piura después de once  años (llegaron en 1983) y esas plazas libres tenían que ser cubiertas. A mi compañera de estudios y de especialidad; Marisela Seminario,que estaba sexta en el cuadro de mérito, le adjudicaron la plaza del maestro Castro y a mí, que era el séptimo del cuadro,  la otra plaza. Ella renunció a los pocos días de asumir el cargo. Comentó que la razón de su renuncia fue la distancia y no haber encontrado en Morropón un lugar para quedarse. Yo pienso que tuvo otros motivos para hacerlo; de todos modos su renuncia fue mi suerte y la suerte  de mi compañero y amigo, el maestro Luis Ricardo Chiroque Villegas, natural de la ciudad de Catacaos. Él se nombró en aquella plaza, quince días después de yo haberme nombrado  en la plaza que dejó libre el maestro Jorge Moscol Inga.


Después de preguntar cómo hacer para trasladarse a la ciudad de Morropón; en el mismo proceso de adjudicación unos docentes no tan novatos que ya habían trabajado en la zona, nos informaron que la única agencia que existía era TRAMPSA y que el viaje duraría un poco más de dos horas. Saliendo desde Sullana en viaje de ida y vuelta, debería viajar entre cinco y seis horas. Pensé:  “esto sí que será un poco incómodo y aburrido”, teniendo en cuenta que no me agradan mucho los viajes. De hecho hasta entonces, muy pocas veces había viajado.


Teníamos que marchar en busca de las oficinas del bendito TRAMPSA, teniendo como referencia la dirección que nos habían dado: Av. Ramòn Castilla en el distrito de  Castilla, muy cerca y frente a CESAMICA. Esta era la dirección en el año 1994,  porque unos años después sus oficinas serían trasladadas al costado del local de la Asociación de Morropanos,  muy cerca al CREM. No sé cuánto tiempo funcionó en aquel lugar hasta cuando fue trasladada al terminal de Castilla en la Av. Guardia Civil.


Fuimos caminando desde la Plazuela Ignacio Merino ubicada entre el Jr. Libertad y la Av. Sánchez Cerro, en donde se ubicaba al frente la Dirección Regional de Educación Piura (DREP) en aquellos años .Hasta hoy resuenan en los tímpanos de mis oídos los crujidos de las viejas maderas al subir al segundo piso, como quejándose del dolor ante cada pisada de los asiduos visitantes en busca de una plaza; o para resolver algún otro asunto . Después de unos minutos de caminata por fin llegamos. No recuerdo cuántos minutos fueron. Tal vez fueron demasiados porque no conocíamos muy bien la ciudad y  por ir caminando inmersos en una amena charla preguntándonos de cómo sería aquella ciudad desconocida para nosotros y  de qué manera nos recibirían. Hoy sabemos que Morropón, desde siempre fue una cálida ciudad hospitalaria.


La oficina de TRAMPSA–que en realidad era una casa ambientada como tal– era pequeña, con unas cuantas bancas dentro y fuera, donde se sentaban los pasajeros a esperar la llegada del ómnibus. Al llegar compramos unos cuantos caramelos a la señora que vendía en el puesto ubicado en la parte delantera y debajo del techo que sobresalía en la frontera. Detrás del mueble con vidrio en la parte superior, donde se vendían los boletos de viaje, estaba sentado un hombre gordo, adusto y serio. Era el maestro Arturo Manrique Arámbulo, accionista y trabajador de la empresa. Todos recordarán de él por su peculiar carácter al igual que su padre Felipe Manrique Palacios, gran maestro del colegio “La Prevo” y  conocido en todo Morropón como “chaplín”. Después de un tiempo escucharía entretenidas anécdotas en donde él era el protagonista. También estaba ahí la señora “china” y la señorita Arellano, conocida como la “melliza” que eran las encargadas de vender los boletos de viaje. Todos los pasajeros en el momento que llegamos estaban reunidos en pequeños grupos sumidos en plácidas conversaciones sin decir ni reclamar nada.Tal vez porque no había otra opción para viajar que no fuera el TRAMPSA. 


Saludamos muy cordialmente a todos con un buenos días y le preguntamos al maestro Arturo por el valor de los pasajes y las horas de salida a Morropón. Nos contestó, no molesto, pero tampoco afablemente. Después de brindarnos la información solicitada, le pregunté:


-¿Conoce usted el colegio Miguel Grau?
-Por supuesto. ¿Quién no conoce al Grau en Morropón?- me contestó, mirándonos a la vez fijamente a la cara. 

Comprendí que con su mirada, tácitamente nos preguntaba-¿Qué van hacer a Morropón?

-Vamos a trabajar al colegio Miguel Grau- contesté un poco sonriente.

Al escuchar “colegio Miguel Grau” nos regresaron a mirar varios pasajeros–casi todos– y en ese momento comprendí de la trascendencia del Alma Mater.


Creo que varios de los presentes eran de CORAZÓN MIGUELINO. Días, meses y años después; ya en la ciudad, lo comprendería todo.


Con la información que nos  brindaron y el memorándum de adjudicación en nuestras manos, estábamos listos para partir el día lunes 06 de junio a las 06:00  de la mañana rumbo a conocer la ciudad de Morropón.


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