domingo, 14 de enero de 2024
OCHO MOMENTOS DE MI VIDA
OCHO MOMENTOS DE MI VIDA
Y yo empecé a llamar perro al perro
Yo tuve al primer amigo del gran repertorio de enemigos
Y mi madre, mi madre me llevó a la escuela
Yo tuve a mi primera amiga
Yo conocí la rigidez de un militar
Y yo conocí la inconsistencia de la vida
Y aquí viene lo peor de lo mejor
Pero es algo verdaderamente misterioso señores,
UN ENCUENTRO REPENTINO
UN ENCUENTRO REPENTINO
Un veinticuatro de diciembre en la mañana
recorriendo la ciudad campante iba,
de pronto; aparecióseme ante mi vista
un padre y su pequeño hijo que gemía.
Aquel padre triste y sollozante,
mil lágrimas de sus ojos brotaban
y con voz triste y consolante,
a su hijo decía:
”Calla hijo, que el pobre está condenado”.
En cambio el pequeño hijo repetía:
“Padre, tengo hambre y comer quiero”
Pobre padre, el corazón se le partía
de ver, que ni para comer tenía.
Quiso el diablo o el cruel destino,
aumentar la angustia en su corazón dolido.
Hizo que tenga un encuentro repentino,
con un hombre y su hijo bien vestido.
Caminaban los dos juntos de la mano
y la alegría en sus rostros reflejaban,
salían del restaurante más cercano
y al bazar de enfrente se encaminaban.
Al salir de aquel lujoso lugar
padre e hijo juntos sonreían,
y en las manos juguetes traían
de los más finos que ahí vendían.
Vio el pobre niño lo que traían
y con voz aún sollozante y triste
al padre le pidió un juguete
de los tantos que en vitrina se exhibían
respondiendo inmediatamente el padre:
“Lo que pides hijo, no está a nuestro alcance”.
Que les quedaba a los pobres. Llorar,
el uno por dentro y el otro triste
lágrimas blanquecinas por el suelo regar
y sin más remedio que a su “casa” marchar.
Entonces con el corazón de dolor inflamado
dos lágrimas mis mejillas surcaron,
alcé la mirada fija al cielo y dije:
“Dios, por qué así, al hombre pobre has condenado”.
Diciembre de 1988.
sábado, 13 de enero de 2024
A MORROPÓN POR PRIMERA VEZ
RUMBO A MORROPÓN POR PRIMERA VEZ
El lunes 06 de junio de 1994 a las 8:00 am, después de comprar los boletos de viaje, nos embarcamos en el ómnibus que nos llevaría a Morropón. Ese día conocería a uno de los choferes de la empresa TRAMPSA. Recuerdo que era alto y fornido, pero de muy mal carácter. En los siguientes viajes observaría lo mal que trataba a algunos pasajeros, que tal vez no eran de su agrado. Tiempo después tuve con él un cruce de palabras, porque me acerqué a decirle que mi asiento estaba ya ocupado por otro pasajero. Reaccionó mal y como no soy de los que ponen la otra mejía fácilmente, mi apacible temperamento se transformó en un recipiente con agua hirviente tal como sucedió en otras oportunidades con personas que también me quisieron apabullar con palabras petulantes e insolentes. Recuerdo a varios. Reaccionar ante un ataque físico o verbal es algo que no puedo controlar, más aún si soy yo quien tiene la razón.
El ómnibus se puso en movimiento un poco más de las 8:00 am.
El día sábado habíamos coordinado para salir a las 6.00 de la mañana, pero varias razones nos hicieron cambiar de planes y una de ellas era cuidar el exiguo presupuesto que llevábamos consigo en nuestros bolsillos. Desayunar antes de salir de nuestras casas nos ahorraría un gasto innecesario al llegar a Morropón. Ya habría oportunidad más adelante de conocer el interior de la casa de paredes altas hechas de tabique y recubiertas de barro; cuyo techo de desteñidas tejas rojas la protegían del inclemente sol y de las torrenciales lluvias. Esa casa de ancho alero sostenido por dos grandes horcones, como la mayoría de casas de Morropón en esa época, era el restaurante de “La Sánchez”, donde atendían “La coco”, Cruz María y raras veces la también señorita Marly. El restaurante casi siempre estaba lleno de comensales de Morropón y de otros lugares, especialmente de los que llegaban de la Sierra en grandes camiones embadurnados con barro salpicado de la carretera a consecuencia de las lluvias. Meses después entraría a saborear el rico mondonguito, el bistec, el cabrito, la sopa de pata, entre otros platos que ahí preparan.
Con mi amiga y compañera de especialidad al inicio del viaje empezamos a conversar de todo un poco; pero pronto ella caería rendida a los encantos de Morfeo; el dios del sueño. Sentado junto a la ventana, observaba a través de los cristales los áridos paisajes que por el movimiento del vehículo, a la vista se me iban presentando raudamente. En gran parte del viaje sin querer me sumergí en muchos recuerdos del pasado y una película de momentos vividos empezaron a recorrer mi mente.
Recordé que al terminar la secundaria en el año 1986 quería estudiar medicina como primera opción o de lo contrario ser ingeniero agrónomo. Nunca había pensado en estudiar docencia y sin embargo, ahora estaba yendo a trabajar como docente. Las circunstancias de la vida me hicieron cambiar de planes y creo que de vocación también. El año 1987 no pude empezar a estudiar superior porque mi padre estaba muy enfermo. El señor Guillermo, esposo de una prima hermana; tenía en el mercado un puesto de zapatos y zapatillas; y me ofreció esos productos para ponerme a vender en un puesto aparte. Había sido su ayudante en ventas desde muy pequeño. Y vaya que tenía suerte para hacerlo como tal. Cuando me puse a vender aparte, los sobreprecios eran mi ganancia. Los primeros meses me fue muy bien pero después las ventas bajaron tanto que seguir en ese negocio era ya insostenible. Si las cosas hubieran seguido igual de bien como al inicio no habría empezado mis estudios superiores, pero también, tal vez me hubiera convertido en un próspero comerciante como el primo Walter. Siempre escuché decir que no hay mal que por bien no venga. Y era cierto. Lo comprobé en la experiencia que me tocó vivir en esos críticos tiempos. Pero la situación empeoró cuando un 31 de agosto del año 1987 falleció mi padre y además se viene la crisis de los “paquetazos'' en el primer gobierno aprista. Pues, el dinero que tenías en tus manos esta semana no te serviría casi de nada en la semana próxima. Ahora estudiar en Piura sería complicado. De todos modos y después de asistir en los meses de enero y febrero del año 1988 a la academia de la cooperativa de ahorro y crédito San Pedro Chanel de Sullana; con el apoyo económico de mis hermanas mayores me las arreglé para postular e ingresar a la Universidad Nacional de Piura y al Instituto Superior Pedagógico Hno. Victorino Elorz Goicoechea. Pensaba reservar matrícula en la universidad hasta cuando termine de estudiar docencia y así lo hice los dos primeros ciclos. Pero eso, después ya no fue posible por diferentes motivos y además porque ya había descubierto en mí la vocación por la docencia.
Conocí el Instituto por primera vez cuando me inscribí para postular. Había disponibles en ese año la especialidad de Inicial, Primaria, Matemáticas y Física-Química; especialidad que por primer año se aperturaba. Estaba indeciso entre las dos últimas, pero me incliné por la especialidad de las ciencias naturales porque al cursar el quinto año de secundaria; en la asignatura de Física había obtenido un excelente promedio. Mi maestro de esa área fue José Pingo La Rosa. Era natural del Bajo Piura, de estatura baja y de contextura un poco gruesa. Nunca dejaba de usar sus lentes negros. Y pensar que fue él quien me propuso llevarme al Seminario. En ese aspecto el maestro estaba totalmente equivocado. No me imagino en un lugar del mundo celebrando la eucaristía con la blanca o negra sotana, levantando la hostia y el cáliz con vino que representan el cuerpo y la sangre de Cristo.
En el Victorino tuvimos la suerte de tener grandes maestros como José Domingo Castañeda Pilo Pais; que era alto, blanco, rubio y de grandes ojos verdes. Usaba siempre unos lentes gruesos y transparentes. Tenía toda la apariencia de un distinguido y rico ciudadano extranjero. Hablaba poco, pero hacía unas excelentes clases de matemáticas, con integrales y derivadas incluidas. Luis Correa Girón, era en contraste; de tez morena, bajo y un poco delgado. Nos regañaba constantemente cuando algunos obtenían bajos calificativos en los exámenes o no cumplíamos con las tareas que asignaba. Para ello, usaba la singular frase “ya pues hijito, ponte las pilas o retírate y no me hagas quedar mal”. No conozco a nadie que se haya traumado por aquello. José Chiroque Ramos era moreno, un poco gordo y con un gran diente de oro que orgulloso exhibía. Simón Garragate, el químico farmacéutico alto y acholado, que siempre llevaba puestos unos grandes lentes negros. Andrés Vera Viera, alto, blanco, cholo y nariz aguileña que se tornaba casi siempre de un rojo color hasta con las caricias del viento. Nunca lo vimos con otra cosa que no sea su lapicero y una hoja de papel doblada en donde estaba el resumen de su clase la cual guardaba cuidadosamente en el bolsillo de su camisa que por lo general era de color blanco o celeste y siempre lucia muy bien planchada. Nos encantaba su metodología y forma de enseñar. A excepción del primer maestro los otros cuatro últimos eran de la especialidad que yo había elegido. También pasaron por nuestras aulas las maestras Rina, Marcida, Liliana, entre otros muchos más. La maestra Liliana era del área de comunicación y tenía una voz parsimoniosa y suplicante a la vez. Hasta ahora recuerdo cuando en el I Ciclo nos dijo “tienen que recitar un poema y exponer un tema libre. La próxima semana; los últimos de la lista empiezan con el poema y los primeros con la exposición del tema”. Siendo yo el último de la lista, llegando a casa me empecé a preparar para recitar el poema Los Heraldos Negros de César Vallejo. Llegado el día me paré frente a todos y empecé:
“Hay golpes en la vida, tan fuertes…¡Yo no sé!Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma…¡Yo no sé!Son pocos, pero son… Abren zanjas oscurasen el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;o los heraldos negros que nos manda la Muerte.Son las caídas hondas………..”
Al llegar a este verso, la mente se me puso en blanco y ya no pude continuar. Empezó a subir la sangre a mi blanco rostro tornándose rojo como un tomate, a la vez que una sensación ardiente en mis dos orejas sentía. El cambiar de color al experimentar cualquier tipo de emoción es el mal que sufren todos los blancos. Con esa voz que la caracterizaba y sin inmutarse demasiado; la Miss Liliana como la llamábamos, me dijo “no se preocupe y prepárese bien para la exposición, que ahora tendrá el tiempo suficiente para hacerlo”.
Encontré en una revista vieja de un periódico “La espada de Damocles” que hacía referencia al peligro de las armas nucleares en plena guerra fría y el colosal presupuesto que se gastan los países desarrollados y no tan desarrollados para fabricarlas. Si se dejaran de fabricar se mejoraría la educación y se eliminaría el hambre y la pobreza en todo el mundo. Interesante tema. Llegado el día lo expuse de la mejor manera, que recibí las felicitaciones de la maestra y de algunos de mis compañeros y amigos. Definitivamente creo que no nací para recitar poemas, mucho menos los poemas de Vallejo.
..............................
El reiterado claxon del ómnibus que nos transportaba traspasó los tímpanos de mis oídos y también interrumpió bruscamente mis profundas cavilaciones. Al pasar por los caseríos de Laynas y Carrasquillo desde ahí alcanzamos a observar los cerros de Morropón elevándose imponentes como gigantes y temibles centinelas custodiando un portal. Después de observar al lado derecho de la carretera el pedregoso y desértico cerro de Carrasquillo llegamos al pequeño y estrecho puente de concreto construido encima de un angosto pero profundo canal sin revestimiento alguno. Estar en ese lugar implicaba haber dejado atrás el Km 65 donde lugareños suben a los ómnibus a vender las tortas de canela y los frescos quesillos blanco-amarillentos. Atrás había quedado también el Km 50; lugar donde se vende las ricas tortas de canela y la sabrosa carne seca acompañada de los ricos chifles. Tan absorto había venido en mis pensamientos que no me había percatado de ello. De todos modos al regreso pude observar al lado izquierdo de la pista los restaurantes donde se exhibían en varas o cordeles las extensas y finas sábanas de carne seca.
En aquella oportunidad en unos veinte o veinticinco minutos llegamos a Morropón después de pasar el río a través del puente de un solo sentido y haber observado en el pueblo de la Huaquilla el verdor de las plantaciones de plátano a ambos lados de la carretera.
Al llegar el ómnibus se estacionó lentamente en el frontis de una vieja casona de adobe ubicada en la esquina de la calle Cajamarca y el Jr. Córdova. Era un poco más de las 10:00 de la mañana. Al descender pudimos sentir el abrasador sol de Morropón y observar la Plaza Grau y sus alrededores. En esa época, la mayoría de las casas eran de tabique o de adobe, con techos de vigas de madera y cañas bravas atadas con bejucos; en las cuales reposaban las pesadas y rojas tejas y un gran alero sostenido por horcones rígidos e inflexibles.
Empezamos a caminar en dirección Este en busca del Alma Mater siguiendo las indicaciones que nos dieron amablemente una chica blanca y cuatro altas, morenas y bien parecidas que encontramos por el parque. Me impactaron sus bonitos rostros y sus bien torneados cuerpos que por unos minutos contemplé sutilmente. Dos de ellas con orgullo, al unísono dijeron:
–Nosotras terminamos hace dos años en el Grau.
Las otras tres se quedaron calladas y solo sonrieron delicadamente mirándonos primero a nosotros y luego mirándose recíprocamente entre ellas. Por segunda vez habíamos encontrado corazones miguelinos. La primera fue cuando fuimos a pedir información al TRAMPSA. Al observar a la joven de tez blanca recordé a la chica de la primaria, de bello rostro con cerquillo y adornado por un sutil lunar rojo en su mejilla izquierda. A la chica de lento y hermoso caminar que todos los días encontraba en el camino al colegio secundario. Era blanca con cabellos ondulados y lucía siempre una sonrisa a flor de labios que dejaban ver unos perfectos y relucientes dientes blancos. También recordé a la hermosa chica que conocí al caer en su raqueta el pan que yo comía al tropezar con ella en la puerta de su casa cuando salía corriendo y jugando justo en el momento que yo pasaba.
Al llegar a la Plaza de Armas observamos un colegio y pensamos que habíamos llegado al Alma Mater, sin embargo aún nos faltaba caminar unos cuatrocientos o quinientos metros. Tal vez más, tal vez menos. Caminando al Este por la calle Lima, al llegar a la quinta cuadra volteamos a la izquierda por la Av. “La Primavera” para empezar a subir una pequeña loma hasta encontrar el pequeño y viejo portón de latón y fierro en cuya parte superior tenía una malla metálica para poder observar desde afuera hacia adentro o viceversa. Estaba abierto y no había nadie que nos impidiera el pase. Entramos y al hacerlo observamos al lado izquierdo una planta de ponciana vieja y seca y al otro lado un añejo algarrobo que brindaba abundante sombra y cuyo tronco daba la impresión que se retorcía tal vez por el pasar del tiempo. Casi al frente a unos veinte o treinta metros había unos ambientes pequeños en forma de “L” . Ahí funcionaba secretaría, dirección y al costado una pequeña salita de profesores. En la parte de atrás estaba el ambiente de la biblioteca y un poco más al fondo la infraestructura de una solitaria aula. Al lado izquierdo se divisaban dos viejos pabellones y en la parte derecha dos más en las mismas condiciones. Entre estos pabellones y la biblioteca quedaba un amplio y polvoriento patio en el cual se había construido casi al fondo un estrado de concreto de color rojo óxido provisto de gradas y una gruta. Más al fondo al lado derecho había una plataforma deportiva que a mi parecer la habían construido demasiado alta. Me imagino que jugando, muchos debieron caer en ese “abismo” sin haberla pasado muy bien. También a la izquierda, a unos cincuenta metros de los pabellones había un pozo de agua– que fue perforado por la empresa sueca Rada Barner en 1990–dotado de una palanca de fierro para bombear manualmente el agua y; muy cerca un taller construido en el año 1983 cuando el Sr. Luis Eugenio Nole Vinces mas conocido como “Lucho” Nole fue presidente de la APAFA. El resto del terreno total de 34 748 m2 delimitado por un precario y viejo cerco de ladrillo no era más que una extensa pampa cubierta por un finísimo yucún. Desde el interior del glorioso recinto miguelino contemplé la “Loma de los Pobres”, el cerro “De la Cruz”, el cerro “Maray” y muy cerca el Cerro “Sondorillo”, el apus que cual guerrero vigilante lo cuida y protege noche y día.
Al ingresar a secretaría nos atendió la señora Luz María Chiroque López; secretaría del colegio por muchos años hasta que se jubiló en el año 2019. Después de leer el documento que traíamos de la Dirección Regional de Educación de Piura (DREP) nos hizo pasar a la dirección a conversar con el maestro Segundo Ricardo Torres Bobbio, encargado de la dirección en esos días. Como estaban celebrando el 32 aniversario institucional; después de presentarnos y conversar amablemente unos cuantos minutos , nos ofreció un cartón de bingo a cada uno.
-No se lo pierdan–Nos dijo– Los bingos de aniversario y de la promoción que organiza el Grau son como una gran fiesta en todo Morropón.
Interrumpió la breve conversación la secretaria al ingresar a entregarle unos documentos para que firme. Cuando nos entregó la posesión de cargo junto a los horarios de clase observamos que los maestros reasignados a Piura habían estado dictando matemática y no física o química que era nuestra especialidad. Con mi amiga nos miramos un poco sorprendidos sin embargo no hicimos comentario alguno.
Nos despedimos y quedamos en que el día miércoles 08 de junio estaríamos de regreso para estar presente en la ceremonia central de aniversario.
Al salir observamos a muchos estudiantes que alegremente corrían, jugaban, gritaban, y avivaban. Estaban celebrando y gozando su trigésimo segundo aniversario institucional.
EL MEMORANDUM
El memorándum.
Eran aproximadamente las 9:00 de la mañana del sábado 04 de junio de 1994 y ya estaba en la ciudad del eterno calor–alguien la llamó así, cuando de enero a diciembre los piuranos sentían un permanente y tórrido verano– procedente de la Perla del Chira. Había un sol radiante en la ciudad y yo estaba acompañado de algunos compañeros de estudios superiores que también estaban ávidos por alcanzar la meta trazada. Después de pasar cinco años por las aulas del gran Hno. Victorino Elorz Goicoechea de Sullana, en donde el maestro Orlando Clendenes Zapata fue director por muchos años; ya era hora de entrar a otra etapa de nuestras vidas.
Había terminado mis estudios superiores en la especialidad de Física y Química en el año 1992 y después de un año de haber involuntariamente “descansado”; estaba a punto de adjudicarme una plaza en la I.E Almirante Miguel Grau de la mística ciudad de Morropón, tierra del tondero y la cumanana. Soy honesto en reconocer que en aquellos tiempos ignoraba por completo su atractiva y singular cultura.
Tuve suerte de lograr una ansiada plaza. Bueno, siempre la suerte estuvo de mi lado derecho y no del izquierdo. En marzo del año 1988 en el primer intento logré el ingreso al Victorino y en el mismo mes y en el mismo año a la Universidad Nacional de Piura en la especialidad de Agronomía. Ahora tenía veinticuatro años de edad. Meses más, meses menos. Me había trazado esa meta, aunque obtener el nombramiento para mí era algo relativamente importante. Tal vez por la juventud, la inexperiencia o porque en aquellos años había muchas más plazas para seleccionar y elegir. Recuerdo que muchos de mis compañeros y compañeras de especialidad se sobraron con las plazas. El hecho es que por poco, casi me quedo sin ella. El maestro Jorge Quevedo Monje, director del Alma Mater, de aquel entonces, recordará el incidente. El intolerante y déspota presidente de la comisión de adjudicación y nombramiento que a casi todo el mundo gritaba; si aún vive, no creo que lo recuerde.
Quería trabajar e iba a empezar a hacerlo. Entre murmullos originados por los presentes en el amplio patio donde nos encontrábamos, escuché mi nombre y el nombre del colegio en donde se ubicaba la plaza. Mejor dicho las plazas. Los maestros Jorge Moscol Inga y José Castro Gozales se habían reasignado a la ciudad de Piura después de once años (llegaron en 1983) y esas plazas libres tenían que ser cubiertas. A mi compañera de estudios y de especialidad; Marisela Seminario,que estaba sexta en el cuadro de mérito, le adjudicaron la plaza del maestro Castro y a mí, que era el séptimo del cuadro, la otra plaza. Ella renunció a los pocos días de asumir el cargo. Comentó que la razón de su renuncia fue la distancia y no haber encontrado en Morropón un lugar para quedarse. Yo pienso que tuvo otros motivos para hacerlo; de todos modos su renuncia fue mi suerte y la suerte de mi compañero y amigo, el maestro Luis Ricardo Chiroque Villegas, natural de la ciudad de Catacaos. Él se nombró en aquella plaza, quince días después de yo haberme nombrado en la plaza que dejó libre el maestro Jorge Moscol Inga.
Después de preguntar cómo hacer para trasladarse a la ciudad de Morropón; en el mismo proceso de adjudicación unos docentes no tan novatos que ya habían trabajado en la zona, nos informaron que la única agencia que existía era TRAMPSA y que el viaje duraría un poco más de dos horas. Saliendo desde Sullana en viaje de ida y vuelta, debería viajar entre cinco y seis horas. Pensé: “esto sí que será un poco incómodo y aburrido”, teniendo en cuenta que no me agradan mucho los viajes. De hecho hasta entonces, muy pocas veces había viajado.
Teníamos que marchar en busca de las oficinas del bendito TRAMPSA, teniendo como referencia la dirección que nos habían dado: Av. Ramòn Castilla en el distrito de Castilla, muy cerca y frente a CESAMICA. Esta era la dirección en el año 1994, porque unos años después sus oficinas serían trasladadas al costado del local de la Asociación de Morropanos, muy cerca al CREM. No sé cuánto tiempo funcionó en aquel lugar hasta cuando fue trasladada al terminal de Castilla en la Av. Guardia Civil.
Fuimos caminando desde la Plazuela Ignacio Merino ubicada entre el Jr. Libertad y la Av. Sánchez Cerro, en donde se ubicaba al frente la Dirección Regional de Educación Piura (DREP) en aquellos años .Hasta hoy resuenan en los tímpanos de mis oídos los crujidos de las viejas maderas al subir al segundo piso, como quejándose del dolor ante cada pisada de los asiduos visitantes en busca de una plaza; o para resolver algún otro asunto . Después de unos minutos de caminata por fin llegamos. No recuerdo cuántos minutos fueron. Tal vez fueron demasiados porque no conocíamos muy bien la ciudad y por ir caminando inmersos en una amena charla preguntándonos de cómo sería aquella ciudad desconocida para nosotros y de qué manera nos recibirían. Hoy sabemos que Morropón, desde siempre fue una cálida ciudad hospitalaria.
La oficina de TRAMPSA–que en realidad era una casa ambientada como tal– era pequeña, con unas cuantas bancas dentro y fuera, donde se sentaban los pasajeros a esperar la llegada del ómnibus. Al llegar compramos unos cuantos caramelos a la señora que vendía en el puesto ubicado en la parte delantera y debajo del techo que sobresalía en la frontera. Detrás del mueble con vidrio en la parte superior, donde se vendían los boletos de viaje, estaba sentado un hombre gordo, adusto y serio. Era el maestro Arturo Manrique Arámbulo, accionista y trabajador de la empresa. Todos recordarán de él por su peculiar carácter al igual que su padre Felipe Manrique Palacios, gran maestro del colegio “La Prevo” y conocido en todo Morropón como “chaplín”. Después de un tiempo escucharía entretenidas anécdotas en donde él era el protagonista. También estaba ahí la señora “china” y la señorita Arellano, conocida como la “melliza” que eran las encargadas de vender los boletos de viaje. Todos los pasajeros en el momento que llegamos estaban reunidos en pequeños grupos sumidos en plácidas conversaciones sin decir ni reclamar nada.Tal vez porque no había otra opción para viajar que no fuera el TRAMPSA.
Saludamos muy cordialmente a todos con un buenos días y le preguntamos al maestro Arturo por el valor de los pasajes y las horas de salida a Morropón. Nos contestó, no molesto, pero tampoco afablemente. Después de brindarnos la información solicitada, le pregunté:
-¿Conoce usted el colegio Miguel Grau?
-Por supuesto. ¿Quién no conoce al Grau en Morropón?- me contestó, mirándonos a la vez fijamente a la cara.
Comprendí que con su mirada, tácitamente nos preguntaba-¿Qué van hacer a Morropón?
-Vamos a trabajar al colegio Miguel Grau- contesté un poco sonriente.
Al escuchar “colegio Miguel Grau” nos regresaron a mirar varios pasajeros–casi todos– y en ese momento comprendí de la trascendencia del Alma Mater.
Creo que varios de los presentes eran de CORAZÓN MIGUELINO. Días, meses y años después; ya en la ciudad, lo comprendería todo.
Con la información que nos brindaron y el memorándum de adjudicación en nuestras manos, estábamos listos para partir el día lunes 06 de junio a las 06:00 de la mañana rumbo a conocer la ciudad de Morropón.
ACERBA DESPEDIDA
ACERBA DESPEDIDA
Hoy siento la soledad en mi pecho.
Hoy en mi pecho,
navidad y soledad se abrazan.
Hoy; hoy han dejado caer,
cinco balas de azulado plomo,
cinco dardos de oxidante hierro,
cinco brocas de bruñido acero,
y cinco gotas;
cinco gotas de verdosa hiel.
Hoy; hoy es un día acerbo para mí
hoy en mefistofélico capullo seco
mi corazón ha llorado
y en cóncavos espéculos; mi voz,
ha dejado oír su espasmódico eco.
Hoy siento la tristeza más grande
hoy muero, ¡hermosa flor! hoy muero sin tí.
Un peñasco al cementerio, hoy voy llevando,
un baúl de recuerdos voy halando.
Hoy te fuiste, amor mío,
hoy te fuiste y ni un beso me diste.
Triste y voraz es la despedida
y aun mas triste hoy me siento
por sentirte lejos y perdida
del brumo correr y del crepitar del viento.
¡Cuán cruel fue hoy el destino conmigo!
¡Cuán cruel fue hoy la suerte contigo!
y ¡Cuán cruel fue hoy el espinoso aspamento!
que cierra el paso de mi vida.
Diciembre 1988.
LA FRASE
“DONDE LATE UN CORAZÓN MORROPANO, LATE UN CORAZÓN MIGUELINO”
LA HISTORIA.
Llevaba varios años trabajando en el Alma Mater, donde había sido testigo de diversas celebraciones y eventos. Durante muchos años, presencié la festividad en honor a la Virgen del Carmen, los Festivales de la Canción organizados por el colegio Almirante Miguel Grau, así como los Festivales del Tondero y la Cumanana organizados por el colegio Santa Rita.
En compañía de Eric Nole, "Negro Catilo" y otros amigos, recorrí en mi vieja bicicleta roja varios lugares cercanos a Morropón. Además, participé en reuniones sociales en donde asistían personas de diferentes edades. En la Plaza de Armas y en el Parque Grau, era común ver grupos de amigos y conocidos que se reunían para charlar amigablemente. En estas reuniones, era casi imposible encontrarse con un grupo en el que no hubiera alguien que haya cursado sus estudios secundarios en el colegio Almirante Miguel Grau. Incluso conocí a muchos que, por diversos motivos, se habían retirado en los primeros grados y otros que vinieron de colegios cercanos o lejanos a terminar su secundaria en el Alma Mater.
A pesar de sus diferentes trayectorias, todos ellos siempre se han sentido tan miguelinos como los que han estudiado los cinco años en las inolvidables aulas miguelinas, compartiendo y viviendo experiencias que marcaron sus vidas para siempre.
Varios de ellos vienen año tras año para celebrar juntos nuestro aniversario; y es que, en palabras de los propios ex alumnos, estudiar en este claustro educativo no solo implica adquirir conocimientos, también es un sentimiento arraigado en lo más profundo del corazón.
Manuel, un ex alumno que había terminado su secundaria muchos años atrás y a quien conocí en las aulas miguelinas, decía “Yo siempre llevo a mi colegio en lo mas profundo de mi corazón” y “en cualquier lugar de Morropón y del Perú donde se encuentre un grupo de morropanos siempre se va a encontrar un miguelino”. Creo yo, que este es el sentir y pensar de todo estudiante que pasó por las aulas de nuestra querida casa de estudios.
Un día de junio y previo a la fecha central, diseñando y elaborando el Programa de Aniversario Institucional, había insertado el lema “SUPÉRATE SIEMPRE” y el himno al colegio; que con su letra y música hace conmover a quien lo canta y deleitar a quien lo escucha. Por cierto, pido aplausos para Aurora Jiménez Saavedra ex alumna (Promoción 1965-1969) autora del lema y para el profesor Clovis Emilio Pintado Frías; autor de la letra y música del himno miguelino.
Pero necesitaba una frase para poner al final del programa que estaba elaborando y la meta era encontrar esa frase. Recordar algunos hechos del pasado me ayudaron en esa tarea:
Cuando llegué por primera vez a la oficina del TRAMPSA en Piura, allá por el año 1994 y pronuncié “MIGUEL GRAU” casi todas las personas presentes me regresaron a mirar. En todo grupo de personas que encontraba en Morropón siempre iba a estar presente un ex alumno miguelino y; los comentarios de Manuel los había podido corroborar a lo largo de los años.
Después de mucho cavilar y exhumar acontecimientos del pasado; por fin, “Eureka”, había creado la frase que han hecho suya y que ha calado en el corazón y la mente de los miguelinos: “DONDE LATE UN CORAZÓN MORROPANO, LATE UN CORAZÓN MIGUELINO”
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
OCHO MOMENTOS DE MI VIDA
OCHO MOMENTOS DE MI VIDA Diciembre 1986. Yo nací con el dolor en la uña, yo nací con el dolor en la orla de mi rosada uña, yo nací con e...
-
“DONDE LATE UN CORAZÓN MORROPANO, LATE UN CORAZÓN MIGUELINO” LA HISTORIA. Llevaba varios años trabajando en el Alma Mater, donde había sid...
-
El memorándum. Eran aproximadamente las 9:00 de la mañana del sábado 04 de junio de 1994 y ya estaba en la ciudad del eterno calor–al...
-
ACERBA DESPEDIDA Hoy siento la soledad en mi pecho. Hoy en mi pecho, navidad y soledad se abrazan. Hoy; hoy han dejado caer, cinco balas d...